Quizá se experimente una felicidad mayor al poseer algo que simbolice la libertad que poseyendo la libertad en sí misma
Kafka en la orilla, Haruki Murakami
—Esta mochila, para ti, simboliza la libertad, seguro —dice Ôshima
—Tal vez —digo.
—Quizá se experimente una felicidad mayor al poseer algo que simbolice la libertad que poseyendo la libertad en sí misma.
—A veces —digo.
—A veces —repite—. Si se celebrara un concurso de respuestas ves, seguro que tú te llevarías la palma.
—Puede —digo.
—Puede —dice Oshima con pasmo—. Oye, Kafka Tamura. Puede que la mayoría de las personas de este mundo no deseen, en realidad, ser libres. Sólo están convencidos de que lo desean. Todo es una fantasía. Si realmente consiguieran la libertad, la mayoría de la gente se encontraría con graves problemas. No lo olvides. A la gente, de hecho, le gusta la falta de libertad.
—¿A ti también?
—Sí. A mí también. Hasta cierto punto, claro —dice Oshima—. Jean-Jacques Rousseau afirmaba que la civilización nació cuando la especie humana empezó a levantar barreras. Es una observación m perspicaz. En efecto. Todas las civilizaciones son producto de la falta de libertad en parcelas. Sólo hay una excepción: los aborígenes australianos. Ellos preservaron hasta el siglo XVII una civilización sin barreras. Eran libres hasta la raíz. Podían ir a donde les apeteciese cuando les apeteciera, hacer lo que les apeteciera. Su vida era, literalmente, un constante ir de aquí para allá. Y andar de un lado para otro era, para ellos, una profunda metáfora de la vida. Cuando llegaron los ingleses y construyeron cercas para encerrar a los animales domésticos, ellos no podían entender de ninguna manera qué significaba aquello. Y, como eran incapaces de comprender aquel principio, los tacharon de seres peligrosos, antisociales, los expulsaron al desierto. Así que también te recomiendo a ti, Kafka Tamura, que tengas cuidado. Al fin y al cabo, los que mejor sobreviven en este mundo son los que levantan barreras altas y fuertes. Y si te opones a ellos, te expulsarán al desierto.
En Tokio, parece a veces que todos los hombres lleven el mismo traje. ¿Usted nunca lo lleva?
No, jamás. En mi país es difícil ser un individuo. La gente te juzga según el grupo, la oficina o la empresa a la que perteneces. Si trabajas en Sony, Mitsubishi o en la banca y has estudiado en la Universidad de Tokio, te miran con admiración y dicen: “Es un gran hombre”, “una persona de prestigio”. Puedes ser una persona de talento, muy inteligente, pero si no perteneces a ninguno de esos grupos, si no trabajas en un despacho u oficina, eres un don nadie, un cero a la izquierda. Eso es lo que me sucedió a mí después de graduarme en la universidad. No quería trabajar en una gran corporación o en un despacho. Así que monté mi propio club de jazz y lo gestioné durante siete años. Y luego me convertí en novelista. Pero seguía siendo un perfecto don nadie, no pertenecía a ningún grupo reconocido, me sentía muy inseguro. Quería ser yo mismo, pero eso, en Japón, no es fácil, de manera que abandoné mi país, en el que me sentía extranjero. Sencillamente me fui. Pero ahora las cosas están cambiando.
No, jamás. En mi país es difícil ser un individuo. La gente te juzga según el grupo, la oficina o la empresa a la que perteneces. Si trabajas en Sony, Mitsubishi o en la banca y has estudiado en la Universidad de Tokio, te miran con admiración y dicen: “Es un gran hombre”, “una persona de prestigio”. Puedes ser una persona de talento, muy inteligente, pero si no perteneces a ninguno de esos grupos, si no trabajas en un despacho u oficina, eres un don nadie, un cero a la izquierda. Eso es lo que me sucedió a mí después de graduarme en la universidad. No quería trabajar en una gran corporación o en un despacho. Así que monté mi propio club de jazz y lo gestioné durante siete años. Y luego me convertí en novelista. Pero seguía siendo un perfecto don nadie, no pertenecía a ningún grupo reconocido, me sentía muy inseguro. Quería ser yo mismo, pero eso, en Japón, no es fácil, de manera que abandoné mi país, en el que me sentía extranjero. Sencillamente me fui. Pero ahora las cosas están cambiando.
¿Qué recuerdos tiene de esos siete años en el club de jazz?
Yo era muy feliz. Se llamaba Peter Cat. Escuchaba música desde la mañana a la noche y era totalmente libre. La libertad es algo muy importante para mí. No lo es tanto para muchos japoneses, sin embargo. Otras personas prefieren la armonía, el trabajar muy duramente… La armonía es lo más importante en Japón. Pero, para mí, lo es la libertad.
Yo era muy feliz. Se llamaba Peter Cat. Escuchaba música desde la mañana a la noche y era totalmente libre. La libertad es algo muy importante para mí. No lo es tanto para muchos japoneses, sin embargo. Otras personas prefieren la armonía, el trabajar muy duramente… La armonía es lo más importante en Japón. Pero, para mí, lo es la libertad.
Entrevista de Xavier Ayén
Murakami es un viaje de ida. Próxima inversión Kafka en la orilla. Se agradece.
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